En la región de América Latina y el Caribe, uno de cada dos habitantes rurales es pobre y uno de cada cinco indigente.
Ese dato se desprende del Panorama de la Pobreza Rural en América Latina y el Caribe 2018, de FAO. No solo eso. Entre 2014 y 2016 se han incrementado la pobreza rural y extrema aumentando 48% y 22% respectivamente.
Ante esta situación, la FAO con el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP) realizaron en Buenos Aires un evento para fortalecer el intercambio de experiencias entre agricultores y trabajar en pos de la seguridad alimentaria. Esto se abordó en la Segunda Conferencia de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre la Cooperación Sur-Sur.
Roberto Ridolfi, asistente del director General De la FAO, señaló que “la interacción entre los agricultores es lo que puede marcar la diferencia pero debemos conectar esa interacción con innovación y tecnología”.
En tanto, Jean Pierre de Margerie, director adjunto de la División de Políticas y Programas de WFP, expresó que “los pequeños agricultores rurales y sus familias se encuentran entre los grupos con mayor probabilidad de quedarse atrás”.
“La pobreza afecta de manera desproporcionada a la población rural, con una tasa de pobreza tres veces mayor que en las zonas urbanas. Necesitamos más soluciones, innovación y recursos para combatir el hambre. Ahí la cooperación Sur-Sur juega un papel clave”, dijo.
Entre otros participantes, Claus Reiner, director del FIDA en Brasil, remarcó que “para reducir la pobreza en el mundo hay que responder a la demanda de los productores y de las poblaciones rurales pobres”.
“Es necesario detectar los proyectos que puedan proporcionar financiación y movilizar recursos que ayuden a los pequeños agricultores a vincularse y a trabajar de manera asociativa, para seguir formándose como agricultores familiares y ser competitivos”, afirmó.