Pasaron cuatro meses del final del programa, no llegó al podio, lo nominaban sus compañeros, lo terminó sacando el público y, sin embargo, para muchos este último Gran hermano será el Gran hermano de Alfa. Polémico para algunos, paternal para otros, envidiado y criticado por unos cuantos en la casa, fue, sin dudas, el personaje más televisivo del reality de Telefe. Justo pasa un camión de limpieza y por la ventanilla le gritan “capo, Alfita, dale campeón”. Una mujer le pide una selfie. Los chicos le cantan.
Lo conoce medio mundo. Pero ¿a quién conoce? ¿al Alfa de Gran hermano o al Walter Santiago que tenía una vida previa a la fama?
Debajo de una campera celeste metalizada y unos anteojos que ofician de espejo ajeno, llega uno de los dos. ¿O es el mismo?
“Yo soy el de siempre, pero mi vida cambió. A los 61 años -que celebró en el encierro televisado- sigo siendo el mismo. Pero lo que sucede conmigo es una cosa locos. Y me encanta”, reconoce en un sillón del canal, con un café a mano y su alma fierrera encendida: para ubicar algo en tiempo y espacio recurre a las marcas de autos, los modelos, las motos y las patentes. Chequea en sus viejos vehículos y dice: “Era el año tal”.
-¿Cómo eras de pibe?
-Un nene que hacía lo que tenía ganas y había una frase que me definía por completo: “Y lo voy a hacer”. Era como una muletilla.
-¿Y lo hacías?
-Obvio. Siempre me salía con la mía, pero no por rebeldía ni por enfrentar a mis viejos. Me plantaba en lo que yo quería y nadie me movía. Por ejemplo, soñaba con manejar un auto o una moto. Y hasta que no me fui con el auto de mi viejo desde la puerta de casa no paré.
-¿De cuántos añitos hablamos?
-Y, ponele unos 8 casi 9, con una cupé Torino 380, gris plomo. No, no, pará, miento. A esa edad fue con la moto. Lo del auto lo hice a los 11 años. Después tuve mi primera moto y mi vieja quería matar a mi viejo: él estaba de viaje, llegó el cajón a casa, la saqué, le puse nafta y salí a dar una vuelta. Era una Peugeot de 48 centímetros cúbicos.
-¿No eran padres de regalar juguetes?
-Es que yo le insistía como loco. Hace poco encontré unas cartas que mi mamá tenía guardadas, en las que le escribía, le hacía el dibujito de la moto y le decía ‘Papá, yo me voy a portar bien, estoy juntando plata, si vos me ayudás a fin de año compramos la moto’.
-¿De dónde viene esa cosa fierrera?
-Creo que nació conmigo. Mirá, a los 5 o 6 años yo me sentaba en el living de casa a escuchar por radio las carreras de automovilismo. Y terminé siendo amigo de los que habían sido mis ídolos, como Paco Mayorga, (Carlos) Pairetti, el Negro Monguzzi, Tito Bessone. Era mi pasión, mi locura. A mi papá le gustaban mucho, siempre fue de tener autos divinos.
-¿Ibas sentado atrás?
-Jamás, siempre adelante, al lado suyo. El día que le dije que sabía manejar, él estaba con su socio y me dijo “A ver”. Tenía 11 años, apreté el embrague, puse primera y me fui. Yo sacaba el auto a la vereda cuando íbamos al colegio: arrancaba, ponía la marcha atrás y lo dejaba listo para que nos llevara a mi hermano y a mí. Era muy observador, veía cómo lo hacía y copiaba.
Hincha de River casi por herencia familiar, “practicaba hockey sobre patines en el club, pero nunca me interesó el fútbol. Y mirá lo que me pasa con el automovilismo: el otro día me invitaron a la reinauguración del autódromo, pasé por el túnel de boxes y se me puso la piel de gallina”.
De chico “iba a la agencia de Juan Marianovic, la única que tenía autos importados en la Argentina. Los miraba desde la vidriera. Hasta que un día me hizo entrar. A partir de los 13 empecé a ir seguido, mi viejo le compraba a él cada tanto… Bueno, en esa agencia, los sábados se juntaban los grandes del automovilismo, con una picada de quesos, salames y whisky. Me fascinaba escuchar a esos tipos”.
-¿Y por qué no seguiste metido en ese mundo?
-Estuve ligado, pero yo quería estudiar diseño de autos y, como esa carrera no estaba acá, me metí en Arquitectura. En la facultad conocí a Ida, nos pusimos de novios, quedó embarazada y me casé. Y tuvimos una hija preciosa, María de los Ángeles, que es la mamá de mi nieta Joaquina y de la que viene en camino. Y dejé la carrera con casi tercer año completo.
La infancia de un pibe tuerca
-¿Qué pedías para el arbolito?
-Autitos, por supuesto. En una repisa tengo el primero que me regaló mi viejo, un Mercedes Benz 220, está impecable.
-¿Nunca participaste de un picado, siquiera?
-Es que no sabía jugar al fútbol. La única vez que tuve la chance de hacer un gol fue en tercer año del colegio: quedó la pelota delante del arco, fui como una tromba, era la oportunidad de mi vida, pateé y el arquero metió la mano, corrió la pelota… y doble fractura tuvo, pobre, cúbito y radio.
-¿Y entró la pelota?
-No, le rompí el brazo sin querer. Nunca tuve habilidad, sí un poco para el rugby.
Nacido en enero de 1962, recuerda que “a los 13 iba al colegio manejando, me bajaba en la puerta, se ponía mi mamá al volante y se iba”.
-¿Ella no te decía “Cuidado nene, no corras”?
-Es que ya sabía cómo era, para qué me iba a decir eso… A los 15 me di la primera piña: doblé en el aire, había un camión estacionado, no lo vi y arranqué medio techo del auto. Iba con un compañero del colegio. No nos pasó nada, pero después mi viejo me quería matar.
Integrante de Polémica en el bar (América), silla que consiguió gracias a su paso por GH, enhebra una anécdota de compra de autos detrás de otra. Habla del Fiat 128, del Ford Taunus con mil kilómetros que consiguió a un precio increíble, de su «gran capacidad de negociación».
Después de un recorrido automovilístico verbal, volvemos a la infancia.
“Yo era muy líder, pero también generaba mucha bronca y envidia. Lo mismo que hoy en día. Una vez, estaba armando un parador en el Río Paraná y me contacté con un compañero de la primaria que estaba viviendo en el Tigre. Llamé a Juancito Román y le pregunté si me ayudaba. Me dijo una frase que no voy a olvidar nunca: ‘¿Vos sabés que eras mi ídolo de chico? Vos eras Superman para mí’. No lo podía creer”, reconoce en una de las tres o cuatro veces que se emociona durante la hora y media de charla.
-¿Te sentías Superman?
-No, me sabía querido y también envidiado. Antes de entrar al programa fui al velatorio de un compañero y había dos o tres que me seguían teniendo bronca, qué sé yo. Capaz era por mi estilo, mi ropa, mi moto… yo soy perceptivo, sentí lo mismo que en el colegio.
-¿Cómo eras de adolescente? ¿Te hacías el ‘langa’?
–Siempre tuve complejo de feo. Era medio vergonzoso. Me vestía como se me cantaba, nunca seguí una moda.
-¿Cuándo empezó tu fanatismo por las bandanas?
-En el ‘86, cuando tuve el Alfa Romeo convertible amarillo. Como tenía el pelo largo, me ponía un pañuelo en la cabeza tipo Leonardo Favio. Y también usaba unos hindúes en la mano a los que les ponía perfume para que me durara todo el día.
A Walter le gusta ir y volver de esa infancia, con sede en Coghlan, pero con anécdotas por Belgrano y la zona Norte. Cuenta sus compras en la Toldería de la Griega, en la Galería Churba, y de los jeans nevados que conseguía en Little Stone.
Dice que tiene “mucha habilidad manual y mucha memoria visual. Te puedo desarmar un auto completo, te lo armo y no sobra ni falta un tornillo. Le hice el motor a un auto mío, con indicaciones de Osvaldo Antelo por teléfono, en una cupé fuego”.
Entre auto y auto se cuela el tema del amor y dice que tuvo su “primera novia a los 13, en Mar del Plata, pero era sólo de beso. La primera en serio fue en la facultad y luego ahí también conocí a Ida”. Hablar de ella la lleva a hablar maravillas de su hija y en medio de esos elogios desbloquea el celular y muestra un video de su nietita.
-Es hermosa y ahí se la ve con una pelota…
-No, qué pelota. A ver… Sí, pero también tiene su autito y le gustan las motos. Le gusta el ruido de los motores. Cuando voy en moto a su casa la subo al tanque, se sienta y se queda mirando. Mi hija ya me dijo: “Ni se te ocurra llevarla en la moto, ¿me escuchaste?”.
-¿A ella la llevabas?
-Por supuesto. A María la llevaba cuando tenía 8 años. Yo tenía una Ninja 1100 y ella venía agarradita. A Joaquina solo la siento.
El loco de la familia
-En las reuniones familiares ¿quién sos? ¿Alfa, el abuelo, papá, Walter?
-Soy el loco, siempre fui el loco.
De chico, para su mamá era Walter y para su papá, Chinito. Con los años llegó el Alfa que lo rebautizó para siempre.
Sigue el anecdotario: “Era muy amigo del dueño del Open Plaza, en Libertador y Tagle. Dejaba el auto sobre la vereda, era el Alfa Romeo convertible y en ese momento no había tantos. Pasaban mis amigos y decían ‘está el Alfa, está el Alfa’ y quedó el apodo. Es más, en Miami tuve una agencia de autos, le puse Alfa (en parte del nombre) y allá los cubanos me decían ‘Oye, Alfita, ven pa’ acá’… Qué sé yo, en Pepino soy Alfa de toda la vida”.
-¿No sos Gardel ahí?
-No, ahí somos todos Gardel, es un grupo humano increíble. Ellos no necesitan que yo promocione nada. Es mi lugar de pertenencia. Estuve analizando esto y llegué a la conclusión de que logré algo que no lograron ni Messi ni Maradona, ni grandes musicos o actores: que todo el mundo supiera dónde encontrarme sin dar mi domicilio.
-Como que no tuviste que decir “te espero en Segurola y La Habana”…
-Es que cuando salí de Gran hermano, no te miento, en Pepino (un emblemático bar de Martínez) me esperaban 300 o 400 personas para conocerme, sacarse fotos. Todo el mundo iba a buscarme ahí. Me llamaba Quique, uno de los mozos, o Norma o Jackie, y me decían “Che, Alfa, ¿venís, no? Porque hay gente que vino de Salta para sacarse una selfie con vos”. O de Chubut.
-Ahí no pagás el café ¿o sí?
-Claro que lo pago. Siempre pagué el café en Pepino y en todos lados. Ellos no me pidieron que les hiciera publicidad. Yo sé que si un día no tengo plata no me lo van a cobrar, pero si siempre lo hice por qué voy a dejar de hacerlo. Son amigos. Y los nombro porque es mi vida. Aprendí mucho de mi viejo eso de la pertenencia: él iba a Mar del Plata y tenía su mesa reservada en el restaurante del Club de pescadores. Yo llegaba, así de chiquito, y me fascinaba ese ritual.
-¿Tu plato favorito de ahí?
-La corvina a la vasca. Y también la paella.
Los sabores nos llevan de nuevo a la casa familiar de Coghlan, “donde mis viejos eran geniales anfitriones”. Habla de Carlos y Delicia y también de la abuela Pepa: “Cuando iba a visitarnos decía ‘Esta casa no me gusta nada, parece una comisaría, entra y sale gente todo el tiempo’. Mis padres cocinaban muy bien. Yo aprendí de verlos”.
-¿Cuál es tu especialidad?
-El arroz negro salvaje con mariscos. También me sale rico el cerdo con ananá o ciruela.
Vive solo, pero está de novio con Delfina Wagner. “Tiene 20 años y algo increíble: desde que la conozco nunca la vi triste, se despierta con una sonrisa, todo le cae bien, se adapta fácil”, describe.
-¿Le gustan tus relatos?
-Me parece que sí, porque nos quedamos hasta las dos o tres de la mañana hablando. Bah, ella me escucha más de lo que habla.
Seguramente le habrá contado sus anécdotas con Susana Giménez, con Moria Casán, con Carlos Reutemann, su lista de famosos que desplegó dentro de GH.
“Ayer vino Moria a Pepino (ella lo había desmentido) y le digo ‘¿Vos no te acordás de la historia que tuviste conmigo?’. ‘No’. ‘¿Vos no te acordás que tenías una cupé Mercedes Benz 300 C 24 válvulas?’. ‘Sí’, me dice, ‘¿sabés que sí?’. ‘Y se la compraste a tal, y yo estaba con una Honda Prelude roja, frente a River’. ‘Claro’, y ahí le vino como el chip. ‘Sí, es cierto, pero yo no te dije Bombón a vos, como comentaste, vos me regalaste un bombón a mí’. ‘Sí, era la semana de la dulzura y yo te tiré por la ventanilla un bon o bon’. Al final yo decía la verdad”.
-¿Cuánto tiempo pasó de eso?
-Eso fue, a ver, dejame pensar, la Prelude la tuve en el ‘95… O sea, hace casi 30 años.
De Moria saltamos a Susana, porque en el reality él dijo que, de alguna manera, era «el inventor del Hola, Susana«. Y para validar, en parte, aquello que dijo, muestra el video grabado que tiene en su celular con la guía de Entel de 1972 (la empresa telefónica de entonces): corren las páginas y el zoom va a la línea de Héctor Cavallero, ex de la diva.
«Ella vivía con Cavallero en Coronel Diaz 1586, su teléfono era 85-1232. Yo llamaba todos los días y le pedía que me hiciera Shock, como hacía en la propaganda de jabón Cadum. Y ella me cortaba. Así hasta que un día me dijo ‘¿Si te lo hago no me llamás más?’. No, le contesté. ‘¿Cómo es tu nombre?’. Le dije me llamo Walter y estoy con mi amigo Oscar, nos hizo el Shock y no la llamé nunca más. Fue la gloria«.
No es la única anécdota que tiene con Su, pero para acceder al anecdotario completo mejor ver el video que encabeza esta nota. En la que también hay una con Juana Viale.
También hay relatos sin famosos que lo pintan: «En Sacoa (un salón de maquinitas y fichines) había una juego que se llamaba Out Run, era una Ferrari convertible roja en la que, a medida que avanzabas, ibas pasando estados, el último era Florida. Si llegabas a ese punto, ganabas el juego, ponías tu nombre y en pantalla parecía que abrías una botella para festejar».
Toma aire y parpadea para hacer correr las lágrimas acumuladas en los ojos y sigue. «Yo decía: ‘Alguna vez voy a entrar a Miami en una Ferrari convertible’. Y lo hice. No me preguntes cómo, pero lo hice. No es que me lo propuse, pero un día llegó. El día que pasé el cartel que dice ‘Welcome to Miami’ en una Ferrari no lo podía creer. O sí, lo creía. Nadie me regaló nada».
De los autos pasa a la música y a los vinilos que se compró en toda su vida y los que espera recuperar de parte de su ex. Y viene a cuento, entonces, hablar de De nada sirve, el hit de 1970 de Moris que Alfa le hizo conocer a la mayoría de sus compañeros de reality.
«Moris me acompañó toda mi vida. Yo tuve un programa de radio con Bernardo Birabent, el hermano. El otro día estuve con Bernie y le pregunté ‘¿Qué dice Moris de De nada sirve?’. Y fijate lo que le dijo al hermano: ‘Con ese tema, este loco logró en cuatro meses lo que yo no logré en cincuenta años’. Yo escuché ese tema por primera vez cuando tenía 11 años y no me lo olvido más. Es un himno».
-¿Con qué soñás?
-Con nada más. Con el auto, la moto, la familia y los amigos que tengo soy el más feliz. Ser feliz no es un resultado, es una decisión. El día que tuve la cupé fuego me pasé toda la noche adentro del garaje, arriba del auto. Solo, acariciando, leyendo los manuales”.
-¿Hay reglas en tu auto?
-Por supuesto: en mi auto no se come, no se puede tomar, mucho menos tomar mate, olvidate.
-¿Y hacer el amor?
-No, no es lugar para eso. Aparte no hay espacio: mido uno noventa.
WD