En Argentina la escena narco está compuesta por organizaciones locales, paraguayas, peruanas, dominicanas y bolivianas. En términos generales, los guaraníes son mayoristas y minoristas de marihuana y cocaína. El fuerte de los peruanos es el microtráfico de cocaína: administran búnkeres en villas porteñas y bonaerenses. También venden en zonas como Abasto y Once. Se disputan Constitución con las bandas de dominicanos.
Las bolivianas se limitan al segundo mayor negocio del narcotráfico del país: ingresan cargamentos de cocaína por Salta, los transportan hasta Buenos Aires y solo venden de a kilos, a narcos de todo el país.
«Tener la línea de los bolivianos«, como se dice en la jerga al hecho de hacer el contacto para comprarles, es la meta de todo narco argentino. La razón es muy simple: los bolivianos tienen el mejor precio del mercado, y la mejor calidad. Pero llegar a ellos no es para cualquiera.
A pesar de que es vox populi, la mayoría está en la zona de Villa Celina, La Matanza. Allí, entre talleres textiles ilegales, funcionan sus «depósitos» de droga.
«Son muy desconfiados. Tienen como un sexto sentido: solo llegás a ellos por un intermediario y te van a observar de arriba a abajo en la primera reunión. Si no les generás confianza, no hacen un solo negocio con vos», cuenta una persona que trata con ellos.
En el mundo narco, el rol de esta persona es conocido como «nexo». Presenta a bolivianos y a compradores. Por cada kilo vendido, se gana una comisión de 400 o 500 dólares. Durante lo que dure la relación comercial. El gasto corre a cuenta del comprador.
La desconfianza tiene su justificación: los robaron muchas veces. Pero lo más común es la «estafa» en transacciones en las que entregan la mercadería y no reciben el pago completo. Para que se entienda el riesgo y, a la vez, el negocio de engañarlos: por cada kilo entregado en Buenos Aires, piden 3.000 dólares.
Frontera entre Salvador Mazza, Salta, y San José de Pocitos, Bolivia. Foto: Rafael Mario Quinteros.Hace unos meses un grupo de cordobeses se quedó con 100 kilos de un grupo de bolivianos que nunca pagó. Como la costumbre es «trabajar a consignación», el que recibe la droga la paga cuando la vende. No se invierte. De ahí tanta desconfianza.
En el ambiente es conocida la anécdota de «Los Monos«, la temida banca narcocriminal rosarina. Los bolivianos nunca quisieron venderles. Solo accedieron a sus cargamentos por clientes rosarinos de los bolivianos. Los obligaron a aumentar el encargo, ponían su parte y dividían la mercadería, sin que los bolivianos se enteraran.
Por lo que pudo saber Clarín, las organizaciones bolivianas activas en Argentina son de Tarija y Cochabamba. Es decir, del sur del país. Suelen ser clanes familiares. Son las denominadas «organizaciones chicas». Las grandes están del centro hacia el norte, y son las que envían cargamentos a Brasil, el segundo mayor consumidor de cocaína del mundo, luego de Estados Unidos.
«Era un mundo que desconocía», recuerda Darío Saldaño, un abogado que defiende a varias familias bolivianas. Sigue: «Lo primero que me sorprendió fue lo asimilado que está el secuestro entre ellos. Es muy común. Al punto que sus familiares no se preocupan demasiado; salen a buscar lo que les pidan de rescate y listo. Se pueden pagar rescates de 100.000 dólares o de cargamentos de cocaína y no sale en ningún medio. Ni siquiera llegan a la Justicia».
La misteriosa desaparición de tres quinteros en La Plata
La causa que tuvo al menos un poco de difusión fue la de febrero de 2016. Roberto Espinoza, Héctor Quiroga y Enrique Martínez trabajaban en una quinta de La Plata y tenían antecedentes por tráfico de drogas. De un día a otro «desaparecieron».
En un principio, sus familiares pensaron que se trataba de un secuestro. Dos meses antes, uno de ellos había sido secuestrado por policías bonaerenses en San Martín. Pero esta vez fue diferente: como durante dos semanas nadie se comunicó para pedirles rescate, los familiares se animaron a denunciar.
Roberto Espinoza, Héctor Quiroga y Enrique Martínez trabajaban en una quinta de La Plata y tenían antecedentes por tráfico de drogas.La investigación está a cargo de la UFI 7 de La Plata. Hasta el momento, no hay detenidos ni imputados, solo dos investigados: un argentino, con ciudadanía española, contador, dueño de empresas en varios países, que habría conocido a los bolivianos en las cárceles de Devoto y Ezeiza.
El otro investigado es socio del argentino, y es de nacionalidad boliviana. Esta pareja comercial se dedicaría a los envíos de cocaína a Europa y se estima que le debían millones de dólares a los «desaparecidos», que eran sus proveedores a partir de la sociedad que nació en las cárceles.
«La Fiscalía pidió su detención», explica Saldaño, abogado de las tres familias de las víctimas. Se refiere al contador. Pero agrega: «El Juzgado de Garantías 1 no la concedió bajo el criterio de que ‘si no hay cuerpos, no hay delito‘. La casa de este argentino fue allanada varias. La última vez fue hace un año».
En el mundo narco los bolivianos se presentan como «gente de trabajo». Prácticamente todos llevan una doble vida. Son quinteros, puesteros de La Salada, textiles, changarines del Mercado Central, albañiles. Algunos compran campos propios para trabajar.
«Es una cuestión cultural para ellos», explica un fiscal que condenó a una banda. «Uno de sus integrantes se despertaba a las 4 de la mañana. Trabajaba en el campo y a la tarde se movía en una camioneta haciendo entregas. Lo detuvimos con 66 kilos», agrega la fuente judicial.
Arrojaron cocaína en avionetas en Salta y la llevaban en camiones rumbo al Conurbano.Sus ganancias siempre terminan en Bolivia. Los consultados por Clarín coinciden en algo: explican que el único lujo que se dan en Buenos Aires es comprarse camionetas. Aunque es más normal verlos de ojotas y ropa de las ferias.
«Por ahí te caen a las reuniones en autos que podrían ser remises de Laferrere», cuenta la persona que funciona como «nexo». «Saben que se llaman la atención, pierden. Acá hay muchos ladrones. Y hay mucha envidia entre bolivianos. Si una familia gana más dinero que otro, se secuestran», comenta la misma persona.
En la actualidad ofrecen dos tipos de mercaderías: la que sería «premium», de 3 mil dólares, y la que es conocida como «70/30». Es de menor calidad, pero puede costar 200 o 300 dólares menos. «Nunca los vi armados. No son violentos. Muchas veces no responden por los robos que sufren con tal de no tener mayores problemas», los describe otro abogado.
Hubo un quiebre en los negocios de las familias narco bolivianas. Un argentino que se ganó la confianza de una de ellas luego de «cuidarlos» en la cárcel de Marcos Paz calcula que el cambio fue en 2010. Hasta aquel entonces los bolivianos se limitaban a cruzar los cargamentos a Salta. Compraban el kilo a US$ 1.700 y lo revendían a 2.500 del lado argentino.
Cocaína encontrada en una camioneta abandonada en Salta. Estaba dispuesta en 181 paquetes rectangulares.«Las segundas generaciones de esas familias vienen con otra formación. Fueron al colegio. No crecieron en el campo, como las primeras. Son más abiertos y ambiciosos. Ellos se fueron estableciendo en Buenos Aires. Construyeron sus casas, sus negocios, sus comercios de comida típica. Se hicieron ‘barrios de bolivianos’ y se volvieron fuertes», cuenta uno de los consultados por Clarín, en el bar de una estación de servicio.
La nueva camada salió a las rutas. Como sus clientes eran de Buenos Aires, la propuesta fue venderles en el conurbano, a US$ 3.000 el kilo. El AMBA siempre fue el epicentro de los negocios narco, donde llegaban traficantes de todo el país, pero para comprarle a los porteños.
Las estadías de los bolivianos en cárceles federales, y el hecho de compartir pabellón con colegas de otras provincias, hizo que los extranjeros sacaran a los porteños como intermediarios, y que envíen sus cargamentos a provincias como Tucumán, Córdoba, Rosario, Río Negro, Tierra del Fuego. Una costumbre de ellos es aceptar propiedades en forma de pago.
En los últimos años, los más ambiciosos fueron por más. Se unieron a otros que también tienen mal concepto de los argentinos, y que prefieren evitarlos en los negocios: los europeos radicados en Buenos Aires. Se asociaron, dividen ganancias. Y por cada kilo comprado a 1.700 dólares en Bolivia, que llega a España, se compran 19.000 euros. Ellos no andan de ojotas ni de ropa de La Salada. Visten de traje. Son empresarios. Son la nueva generación.
EMJ