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martes, junio 24, 2025

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Estupidizados con los derechos de exportación

Pese a los golpes sufridos por la economía, todavía subsiste la creencia adversa a la libertad económica y a la producción agraria. La Argentina aún no asume su rol en el mundo, por la ausencia de una férrea vocación exportadora, que brinde el marco adecuado para su desarrollo.

Por décadas, el país ha comerciado en menor grado de lo que debería haber hecho. Desde la perspectiva de su potencialidad y del tamaño de su mercado interno, ¿lo razonable no hubiese sido aprovechar las ventajas comparativas para gozar de los beneficios de la especialización internacional?

Sin embargo, las políticas se consolidaron sobre la idea de industrializar a costa de las ventajas comparativas y de sostener políticas asistencialistas para el incremento del poder político. Juan J. Llach, escribe: “Pero amén de una agenda de competitividad más sistémica, los huesos más duros a roer son los impuestos a las exportaciones en los que sí detentamos el primer rango mundial…”

La actividad agropecuaria desata industrias hacia el consumidor y hacia atrás. Todas estas industrias tienen el suficiente potencial para exportar bienes y servicios de clase mundial. La producción de origen agropecuario constituye uno de los primeros eslabones de la agroindustria que, a su vez, depende de un alto nivel de productividad para permanecer competitivo. A su vez, los eslabones que la preceden requieren de industrias cada vez más complejas con tecnologías de alta sofisticación. La producción de un grano de maíz, por ejemplo, exige la concurrencia de industrias que difícilmente pueden ser advertidas por la sociedad.

Cada vez es mayor la capacidad de generación de industrias del agro, que se instalan aguas arriba y abajo. Utiliza todo tipo de insumos y bienes de capital, muchos de ellos provenientes del exterior, pero muchos otros industrializados en el país. El sector tiene los multiplicadores de empleo más elevados. Un nuevo puesto de trabajo en la cadena origina, directa e indirectamente, tres y medio puestos en el sistema económico y, lo más importante, lo hace en diferentes puntos de su geografía.

El nivel de productividad solo puede aumentar en tanto camine por el sendero de la especialización. Pero una especialización competitiva, no puede reducirse a la actividad primaria. Solo será efectiva en tanto y en cuanto esté presente a lo largo de toda la cadena agroindustrial. Así, conseguirá una base económica suficiente para sostener la tecnología necesaria para competir en el mercado de productos de alto valor agregado.

Al seguir la sociedad creencias y mitos de larga data, gran cantidad de cadenas agroindustriales han sido golpeadas seriamente y afectadas en su crecimiento. En un cuadro paradojal, muchas no se han desarrollado con el vigor que correspondería. Y apenas lograron extenderse a través de tan sólo un número limitado de eslabones, mientras que los restantes crecían en el exterior. Douglas C. North (Premio Nobel de economía) afirma que las sociedades tienden a comportarse de acuerdo a ciertos parámetros del pasado, a los que denomina “dependencia de la trayectoria”, esto es del pasado.

North critica las ideas que sugieren que la ventaja comparativa ligada a la tierra y otros recursos naturales sería capaz de retrasar e incluso trabar el arranque industrial de una economía. Advierte cómo la actividad agraria no impide que la población y el ingreso per cápita aumenten en países donde la exportación resulta fundamentalmente agraria. Se opuso tenazmente a las ideas de Walt Whitman Rostow y de Theodore W. Schultz, por creer que el crecimiento económico va de la mano de una revolución industrial, así como por sugerir que la ventaja comparativa de explotar tierras cultivables y otros recursos naturales podría retardar el “despegue” industrial.

Somos un claro ejemplo de lo que significa la “dependencia de la trayectoria”. De acuerdo a Erich Fromm, muchas veces creemos que la manera en que hacemos las cosas es la única forma; la forma natural. Por esta razón, en ocasiones creemos que estamos actuando según nuestro propio juicio, pero sencillamente estamos siguiendo órdenes a las que estamos tan acostumbrados que no las notamos como tales.

Las históricas políticas económicas adversas a la producción agraria, al reducir –vía derechos de exportación- el costo local de los productos de exportación, justamente, los alimentos, contribuyen, al aumento del valor real de los salarios. Y lo hacen a costa de perjudicar a los sectores con mayor probabilidad de crecimiento sostenido. Es la búsqueda de la inmediatez.

Ellas provocan una fuerte transferencia económica desde la tierra hacia el sector industrial y, también, hacia las arcas del Estado. Una anacrónica ideología acerca de la inelasticidad de la oferta agrícola y ganadera corre por la sangre de gran parte de la dirigencia. La tesis de la inelasticidad de la oferta del sector agropecuario tiene antecedentes en los análisis de David Ricardo (1772-1823) cuando la producción dependía de una pala y un pico. La tesis se basaba en la premisa de que la producción de origen agropecuario era fija y, por ende, no respondía al movimiento de los precios.

La aplicación de tipos de cambio múltiples derivó en derechos de exportación. Estos derechos, mal llamados retenciones, fueron impuestos en 1958 para sustituir el sistema de tipos de cambios diferenciales, incluido un período previo de estatización de las exportaciones. Institucionalizadas, a través de la práctica en el tiempo, se han convertido en un dique de contención de puro concreto, con el aval de intereses sectoriales.

Este cuadro ha desactivado la inversión en el agro, fenómeno que sigue vigente. Así, la actividad agraria ha ido perdiendo su capacidad de generar divisas. Esto pasa pese a que hay muchos países con alto crecimiento, como Australia, Nueva Zelanda y Canadá, importantes exportadores de materias primas del agro. Pero nosotros no aprendemos, ¿será que la estupidez también se institucionaliza?

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