La reciente prohibición de exportaciones de ganado en pie despertó una fuerte indignación en el sector productivo, y también alzó la voz la corriente liberal que desde hace ya un tiempo viene creciendo en las redes.
Para explicarlo en términos sencillos: un productor puede vender su ganado al frigorífico y recibir el precio que éste le ofrezca. El frigorífico faena el animal y exporta la carne. Cuando el frigorífico es la única opción para el productor, entonces le puede pagar lo menos posible para recibir la materia prima. La exportación de ganado en pie surgió como alternativa competitiva, permitiendo a los productores obtener mejores márgenes y más estabilidad.
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Hoy estamos en un momento de mercado muy favorable para la ganadería, con precios que superan los 5 USD por kilo de novillo, cuando lo habitual es menos de 4 USD. El MGAP prohibió la exportación de ganado en pie, dejando atado al productor a un precio que el frigorífico defina y sin poder aprovechar el contexto internacional. Esto opera como un desestímulo en toda la producción.
Estas cosas no sorprenden en un país como Uruguay. El modelo de la vaca atada es parte de nuestra idiosincrasia. Recordemos otros casos similares.
Por ejemplo, cómo cuando nos toman el pelo en cada campaña electoral de la Intendencia de Montevideo, cuando prometen un tren, un tranvía o un subte. Eso nunca ocurrirá porque no le conviene a Salgado, tan simple como eso. Pero vayamos a los resultados para el consumidor: Montevideo es la única ciudad de la región donde el boleto supera 1 USD y, aun así, la calidad del servicio es pésima.
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Otro caso es el del fútbol. Desde 1998 —hace más de 25 años— Tenfield tiene los derechos exclusivos del fútbol uruguayo. Durante ese tiempo ha habido corrupción, presiones y favores fiscales impunes. ¿Y ahora la «solución»? Que Antel se quede con los derechos. No aprendemos nada.
¿Qué dice la izquierda de todo esto? Es paradójico lo que sucede respecto al discurso de izquierda sobre el aparato privado y los monopolios.
Primero, porque siempre critican a los supuestos «malla oro». Pero ¿quiénes son más malla oro que los favorecidos por el Estado? Además, imaginan al empresario como un gordo con maletín, cuando el 80% de las empresas en Uruguay son PYMES y emprendedores que apuestan a este país.
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En cuanto a los monopolios, lo que nunca se cuestionan es que el monopolio más peligroso es el estatal, o el que es protegido por el Estado. En un mercado abierto, si una empresa se abusa, otra puede entrar y competir. Eso obliga a mantener la calidad o bajar los precios. Eso se llama progreso.
La intervención estatal no solo erosiona el aparato productivo, sino que nos frena respecto a otros países. Ya deberíamos haber aprendido hace décadas que la competitividad genera mejores productos y precios más accesibles. Es el consumidor el que tira del carro. El mercado premia al que lo entiende.
En el país de la vaca atada el principal perjudicado es el consumidor, sobre todo los más pobres, esos que dicen defender los políticos mientras comen canapés con sus amigotes.
Razonemos algo. Desde los 70 a hoy, todos los países de la región crecieron en población y desarrollo. Uruguay pasó de 2,8 millones a apenas más de 3 millones, y más de 100 mil son extranjeros. Somos un país sin futuro para sus jóvenes, con un freno de mano impuesto por este modelo agotado.
Ya tenemos el lastre de ser un mercado chico. No podemos darnos el lujo de pagar sobreprecios para favorecer empresaurios amigos de políticos. Es hora de despertar de la Matrix. Tomemos la píldora roja. Es hora de un cambio.