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jueves, noviembre 14, 2024

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En el teatro hay un código de verdad

Volvió al teatro Cecilia Roth, con La madre de Florian Zeller. En estas últimas temporadas este dramaturgo francés es ya casi un clásico para los porteños. Roth empieza noviembre con dos obras suyas en el mismo teatro El Picadero. Ya se conoció La mentira y ahora se sumará La madre, con Cecilia Roth, Gustavo Garzón, Martín Slipak y Victoria Valdomir, con dirección de Andrea Garrote.

—Para muchos sos representante del mundo audiovisual. ¿Qué significa volver al teatro?

—Me gusta el teatro, es muy distinto al cine, porque implica la continuidad. Esta obra es muy difícil. La vi en España con Aitana Sánchez Gijón, con otra elección del director totalmente diferente a la que hace aquí Andrea Garrote. Ella la rodeó de cierto humor irónico y sarcástico. No es para nada solemne, ni agobiante, sigue siendo el discurso de una mujer psicótica, pero alivianado. 

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—Este personaje que encarnás confiesa que nunca trabajó: ¿creés que representa a la mujer actual?

—Las mujeres de nuestra edad trabajan de mentirita. Conozco a muchas e incluso más jóvenes que no trabajan, eso existe aún hoy, todavía en el siglo XXI con los feminismos. La mujer vivió un enorme avance, que no concluyó. Es un movimiento permanente, que va y viene, además nosotros ahora estamos en un momento de retroceso. Hay voces femeninas que son impactantes por lo que piensan y cómo lo dicen, ya que están teñidas de machismo a un nivel muy fuerte.

—¿Te considerás feminista?

—Creo que una no nace feminista, se va formando y entendiendo por vivencias personales. ¿Desde qué lugar? ¿Qué feminismo? ¿Cuántos y cuáles? No siento que haya un solo feminismo, como tampoco hay una sola niñez. En el caso de La madre esta mujer entra en crisis, no solamente por la partida de sus hijos o la crisis matrimonial, ya que su relación con su marido es absolutamente desvinculada, un vínculo tóxico. Ella cree ver una conspiración en contra suya, por parte de todos quienes la rodean, pero eso está sólo en su cabeza.

—¿Qué le aportó la dirección de una mujer?

—Andrea Garrote hizo una obra muy emotiva, emocionante, con mucho humor, nunca es solemne, porque ella tiene esa chispa, esa ironía detrás de todo. Siento que estoy aprendiendo mucho con Andrea, no sé si luego se verá. Me entregué totalmente a sus indicaciones, todo lo que proponía me interesaba. Es brillante e inteligente.

—Será casualidad, pero hay dos espectáculos más con el tema maternal…

—Creo que el vínculo materno nunca deja de estar. En este mes se cumplirán cuatro años de la partida de mi mamá (Dina Rot) que fue durante la pandemia y le sigo hablando. La siento a mi lado, tengo una conexión con ella y no hay manera de romper ese vínculo. La madre como los hijos es la eternidad. Es una relación que marca muchísimo lo que va a ser tu vida. Es la primera vez que haré teatro sin la mirada de mi madre, con ella trabajaba mucho la voz, era una gran docente. Siento que está de alguna manera. 

—¿Cómo pudiste hacerte tiempo entre filmación y filmación?

—Terminé la serie española Furia que la pasará Max, antes HBO Max, serán ocho capítulos. La filmé junto a Carmen Machi, Nathalie Poza, Pilar Castro y Candela Peña con guión y dirección de Félix Sabroso. Disfruté muchísimo filmando y es posible que haya una segunda temporada. Además, tengo proyectos de cine que me interesan. Inmediatamente después que la terminé me vine aquí para ensayar. Nuestra idea es seguir con La madre hasta diciembre y retomar el año próximo. A España no la podremos llevar porque los derechos los tienen quienes ya la estrenaron con Aitana Sánchez-Gijón, en el papel que interpretó. Sé que una no se para igual sobre un escenario que en un set… son ámbitos distintos, la actuación frente a una cámara en el teatro no sería creíble. Hay un código de verdad. En el teatro hacés todos los días lo mismo, pero siempre es distinto.

—En el cine se te asocia con Pedro Almodóvar y Adolfo Aristarain.

—Pedro adora el teatro, incluso formó parte de un grupo teatral como actor que se llamó los Goliardos. Su idea del cine es muy teatral, es una puesta en escena tocable y voluminosa. No te pierdas su última película La habitación de al lado…es sublime. Y siempre sentí que Adolfo me adoptó cuando chica, él me tomó las pruebas y fue el motor para que debutara en No toquen a la nena de Juan José Jusid. Nos hicimos muy amigos y siempre digo que fue quien me enseñó qué era un lente, el ruidito de la cámara fílmica y cómo meterse en un campo de luz.

—Viviste diez años en España. ¿Nunca pensaste radicarte allí?

—En Buenos Aires nació mi hijo y vive mi padre. Trato de estar en ambos lugares y sumarlos. Cuando estoy en Argentina no extraño a España y lo mismo me pasa allá. Es como estar en distinto barrio, con diferentes acentos. Llego a Barajas y empiezo a hablar en castizo. Soy la misma persona, lo que cambia es la gente y el paisaje, porque los seres humanos nos parecemos mucho, somos todos de una vulgaridad interesante. No creo que seamos muy diferentes, porque nos emocionamos con lo mismo, incluso con culturas ajenas. Siempre hay algo de lo humano que es identificatorio. 

—¿Qué sentiste cuando atacaron a Graciela Borges por sus declaraciones en la entrega de los premios Martín Fierro de cine y series?

—Lo que le pasó a Graciela Borges fue terrible, hasta tuvo que cerrar su Twitter. En sus declaraciones no hay un centímetro de agresión. Lo que ella dijo, que nos dejen hacer cine y que una no piensa en el número de espectadores, es verdad. Graciela es una persona de una dulzura, discreción y suavidad. Siempre ha sido tan amorosa como querible que cuesta pensar en que sea blanco de agresiones.  

—¿Cómo vivís la actualidad?

—Difícil, creo que es un mundo distópico. Falta un análisis de lo que pasó y generó la pandemia. ¿Qué soledad, locuras y posiciones políticas nuevas? ¿Nos olvidamos que hubo gente quemando barbijos? Ahí ya había violencia. Fueron tiempos en que la gente le tenía miedo al otro, a contagiarse. Todo cambió, incluso la manera de vincularse. La tecnología avanzó de una manera exponencial y los vínculos fueron por zoom. Incluso hoy hay gente que sigue su terapia por ese medio. Las personas tienen volumen, no son planas. Reconozco que se ganó tiempo, pero la presencialidad es muy importante. 

—¿La pandemia dejó más huellas de las que creemos?

—Mi pensamiento es que muchos pasaron la pandemia encerrados en su casa, solos, mirando por la ventanita a otro edificio. Y en paralelo teníamos el discurso oficial que decía que había que cuidarse y no salir, al que yo creía y sigo creyendo. Pienso que la cuarentena era el único camino cuando no teníamos vacunas, eso se hizo así siempre a lo largo de historia. Después estaba la política instalada como la enemiga de todo eso y que ya demostraba su violencia. Creo que el gobierno de Alberto Fernández fue un error histórico literalmente. Hoy hay trolls que te insultan y vivo bloqueándolos. Hay gente que tiene esperanza, tiene derecho a tenerla, no estoy en contra de ellos. Pueden pensar y sentir que ésta es una solución, que habrá un crecimiento en este país, pero será a base de la atomización de cada uno de nosotros. Es como si lo colectivo no existiera más y el pasado está totalmente tergiversado. No entiendo, éramos un país culto. Lo que me da miedo de la inteligencia artificial es la tecnología, la unificación y la globalidad en el peor sentido de la palabra. No hay que perder la identidad, si no la tienes, ¿con qué te identificás?

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