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domingo, enero 12, 2025

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Restricción externa o fiscal?: Mandrilandia en su laberinto

Se fue un 2024 con sensaciones encontradas. Por un lado, la corrección de precios relativos, el fuerte ajuste real del gasto y el blanqueo permitieron desacelerar la inflación, quebrando incluso algunos mecanismos inerciales presentes al menos desde la crisis de balanza de pagos de 2018. Por otro, los costos, derivados tanto del tipo de rubro afectado (más de la mitad del sacudón del gasto vino por jubilaciones, pensiones e inversión pública) como de lo desigual de la carga, al recaer en mayor medida sobre ingresos reales de segmentos medios y medios/bajos.

Y de ambas se puede tironear para pensar el 2025 y más allá, una suerte de mamushka donde a los límites propios del esquema cabe sumarle la necesidad de empujarlo hacia dos procesos bien complejos: 1) un nuevo régimen monetario, el que todos debieran ver como sostenible en el tiempo (piense el lector en la multiplicidad de decisiones de precio, inversión y ahorro que dependen de esto); y 2) una agenda “para el mediano plazo”, un paraguas bien amplio donde habrá que decidir cuál es la mejor forma de aprovechar las oportunidades que tiene nuestro país para aportar a los grandes desafíos de la época (cambio climático, desacople productivo en cadenas claves de alimentos, energía, salud). Lo que decidamos en cada paso (o decidan otros por nosotros) condicionará la dinámica del resto.  

Año nuevo en Mandrilandia. Por lo pronto, el Presidente arrancó el año defendiendo la política cambiaria del Banco Central, cuya apreciación y utilidad como “ancla” de precios derivaría del superávit fiscal, aunque “andá a explicarles a los econochantas de Mandrilandia el modelo de transables y no transables…”. El punto no es menor porque le da un nuevo giro a uno de los debates siempre presentes en nuestro país, tanto en el ámbito académico como político, y que enfrenta a quienes piensan que la restricción principal al crecimiento en nuestro país es externa con aquellos que focalizan en el desequilibrio interno, principalmente en las cuentas fiscales.  

Aun a riesgo de generalizar mucho la cuestión, el primer grupo lo integran un abanico heterodoxo de variada intensidad, para los cuales la economía argentina genera un flujo insuficiente de divisas como para financiar la acumulación de capital necesaria, y tiende de forma recurrente a crisis de balance de pagos, tanto por el lado real como de forma creciente, financiero.

Por el contrario, quienes defienden la idea del origen interno de los desajustes marcan el déficit fiscal como el talón de Aquiles del proceso, ya que independientemente de cómo se financie (deuda externa, emisión local de títulos o “maquinita” pura y dura) el resultado es la apreciación del tipo de cambio, lo que a la postre afecta la competitividad de nuestra producción. Tanto si la respuesta es mayor presión tributaria, que también atenta contra la inversión y las exportaciones. No ven que falten dólares, en todo caso sobra gasto y/o falta tipo de cambio.

Se preguntarán qué tiene que ver esto con transables y no transables. Bueno, es que en el modelo la baja del gasto público (orientado en buena medida a bienes y servicios no transables) reduce la demanda y los precios en estos últimos, generando una depreciación antes que una apreciación real del tipo de cambio. Pero mientras esperamos que el Presidente haga explícitos los supuestos en los que basó su argumento, volvamos a la mamushka, que es, en definitiva donde se juega en serio el partido.  

Quiero retruco. Lo dijimos en otra ocasión: correr, corre cualquiera. Pero como diría Román, jugar al fútbol es más complicado. Y hay varios hechos estilizados que marcan esto. El primero es que nuestro país ha tenido enormes dificultades para sostener los procesos de crecimiento económico en el tiempo, en el marco de serias (a veces violentas) diferencias de economía política. El gráfico que acompaña esta nota refleja las consecuencias derivadas de esto último, con un quiebre de tendencia en la mitad de la década de 1970, dados los efectos derivados del sobreendeudamiento externo.  

Cabe mencionar acá que fueron varios los procesos de ajuste del gasto que se llevaron adelante, tras lo cual se mantuvo no obstante un fuerte desajuste entre el stock de deuda externa y los flujos necesarios para hacerle frente, generando un desequilibrio casi permanente por el lado externo, la reaparición cíclica de los problemas financieros del sector público, y la recurrencia de regímenes inflacionarios, elementos todos fuertemente asociados a la inestabilidad monetaria.

De ahí la relevancia de un nuevo régimen, capaz de alargar el horizonte de planeamiento y viabilizar la acumulación de reservas internacionales. Esto implica para el Gobierno desprenderse de dos de sus aliados principales hasta acá (el cepo y la recesión), pero a través del fortalecimiento de la moneda y la definición de un esquema de política monetaria que ponga en caja la volatilidad del tipo de cambio y de los flujos de capital, a través de un uso decidido de medidas macro-prudenciales. Sobran los ejemplos en la región para no ahondar más en este punto.

Mayor dinamismo. Finalmente, sería bueno conducir tanta mención a los bienes no transables, y a la apuesta permanente por procesos endógenos (la dolarización primero, la estabilización, ahora la apreciación), hacia una agenda que permita mayor dinamismo a la estructura productiva. Dirán que el objetivo es lograr la máxima eficiencia microeconómica, a través de la eliminación de distorsiones e imperfecciones, para que prevalezca el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado. Lo cierto es que no hay un solo caso en el mundo cuyo desarrollo siguiera ese camino.  

Nuestras cartas son la brecha tecnológica actual y nuestras (fuertes) diferencias de productividad, que en combinación con los costos de producción definen las actividades y sectores con los que podemos competir afuera. Pero dar el salto al desarrollo requiere bastante más. Se trata de acumular capacidades, forjando aumentos en la inversión y la productividad, absorbiendo empleo informal hacia mejores posiciones. Es precisamente en este punto donde la programación macroeconómica y la planificación para el desarrollo toman particular relevancia, para ir calibrando que las condiciones necesarias de demanda como para que el proceso gane en escala sean compatibles con las condiciones de costo que subyacen a los rendimientos crecientes a escala y al cambio de patrón de especialización. Pura ciencia, en Alemania, Brasil o Mandrilandia.

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