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domingo, enero 19, 2025

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Soledades mejor acompañadas

Un banco español eligió para comunicar sus servicios digitales una publicidad en la que un hombre avisa a su ejecutivo de cuentas que ha optado por el teletrabajo y que se muda a un pueblo de pescadores.

La publicidad realiza la fantasía de vivir todo el año en un mundo parecido al de las vacaciones. Pero también da cuenta de una tendencia que no tiene retorno.

Según datos procesados por Our World in Data, en 1870 en la mayoría de los países se trabajaba más de 3000 horas al año, lo que equivalía a más de sesenta horas semanales durante cincuenta semanas al año. A partir de 1960 las horas semanales caen por debajo de las 2000, excepto en países como China o Corea del Sur. Incluso en la Argentina, a la que las crisis no perdonan, la tendencia es a la baja en menos de 1600 horas anuales.

«El autor Derek Thompson atribuye la tendencia “antisocial” al aumento del trabajo remoto, pero también porque se hacen desde casa actividades que antes solo se pensaban como presenciales, como reuniones, compras, entretenimiento, estudio, actividades religiosas»

Un reportaje publicado en The Atlantic advierte que los estadounidenses pasan en casa una hora y media más que en 2003. El autor Derek Thompson atribuye la tendencia “antisocial” al aumento del trabajo remoto, pero también porque se hacen desde casa actividades que antes solo se pensaban como presenciales, como reuniones, compras, entretenimiento, estudio, actividades religiosas.

Para el autor, el automóvil y la televisión fueron las tecnologías que iniciaron el movimiento hacia adentro del hogar, pero en el siglo XXI el teléfono inteligente carga la responsabilidad de la soledad contemporánea. La prueba de ser partícipe necesario de la “racha antisocial” es el tiempo creciente que las pantallas ocupan en nuestra vida.

El periodista cuenta el fenómeno con el tono nostálgico que delata que vivió los años suficientes como para añorar una época que pinta como dorada, pero que quizás no fue mejor, sino que simplemente lo pescó más joven. Solo ojos sin presbicia veían con entusiasmo los decadentes cines barriales, las parroquias heladas del conurbano, las reuniones interminables con el café quemado de la oficina, o los almuerzos apurados en bares atiborrado de oficinistas. Y el amasijo de relaciones a las que obligaban esos lugares.

Nighthawks, de Edward Hopper

Si antes preocupaba el riesgo de las malas compañías, ahora parece que lo hace la amenaza de la soledad. La Organización Mundial de la Salud dice que el 25% de los mayores y el 15% de los jóvenes se sienten solos. El organismo equipa la soledad a la obesidad, el tabaquismo o el alcoholismo. La comparación no deja de ser una paradoja, considerando que se trata de adicciones con un fuerte estímulo social. Las navidades dejan fresca la evidencia de sus excesos cuando estamos en la impunidad de la compañía.

Otra paradoja es que las pantallas tan denostadas son las que permiten resolver la aparente contradicción de la expulsión de los lugares que nos solían contener, tales como el trabajo, la familia y la vida social. La interconectividad nos facilita estar más tiempo en casa a la vez que nos permite estar acompañados cuando ese lugar no nos aloja. Esta es la mayor contradicción que no se puede resolver con los ojos del pasado.

Pasamos menos tiempo con lo social inmediato, pero mucho más con extraños, especialmente con aquellos que comparten nuestra extrañeza. La socialización forzada con los compañeros de oficina, la sentencia de que la familia no se elige, son los asuntos que están en redefinición por una nueva socialización por otras afinidades.

La soledad no es un invento de los teléfonos móviles. Especialmente en Estados Unidos, donde tan bien la pintó Edward Hopper. Uno de sus cuadros más emblemáticos muestra una pareja y un hombre acodados en una barra que podría estar en cualquier ciudad norteamericana. Nighthawks (halcones nocturnos) es de 1942 y nos recuerda que durante mucho tiempo nuestras compañías era tan fortuitas que dependían de que alguien coincidiera en una esquina nocturna a tomar una copa. Los hijos de esos solitarios ahora quedan por WhatsApp.

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