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domingo, marzo 16, 2025

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Milei, del carisma al dinero

Algo se descompaginó, sin remedio, segundos después de que un Presidente que subestima las consecuencias de sus actos, publicara un mensaje para que miles de seguidores invirtieran en una moneda virtual que los haría perder mucho dinero a manos de un grupo minúsculo que, disponiendo de información privilegiada, entraría y se retiraría rapidísimo del negocio llevándose todas las ganancias. Pasan los días y esa estafa no abandona el interés de los diarios ni las polémicas en las redes, mientras avanza la investigación en los tribunales nacionales e internacionales. El Gobierno hizo control de daños y podría ocurrir que el acontecimiento no afectara decisivamente la imagen presidencial. Los sondeos que se han conocido hasta ahora confirmarían esta impresión.

La razón de la indemnidad parece obvia: mientras que la inflación siga descendiendo el Gobierno mantendrá un alto nivel de apoyo. A la gente eso es lo que más le importa, después de años de ver volatilizarse el valor de sus ingresos, de no saber cómo protegerlos del deterioro ante la suba diaria de los precios. La jerga popular explica el fenómeno con metáforas ya tópicas entre las que sobresale la atribuida a Perón: “el bolsillo es la víscera más sensible”. Sin embargo, el estudio de las razones de voto muestra que no siempre la economía determina el resultado de una elección. En el caso de Milei sucedió así. Se lo votó por otra cosa. El rechazo a los políticos, a los que asimiló a una casta opresora, fue el factor determinante de su éxito, junto con una promesa consagratoria: “voy a liberarlos de un Estado hecho a imagen y semejanza de ellos para conservar sus privilegios”.

Una ofrenda carismática antes que un programa económico. Un modelo de entrada a la política similar al del Perón originario: desde afuera de su lógica y sus vicios, ejecutando una cancelación poco democrática de una democracia fracasada. El outsider que se enfrenta al sistema, el pequeño David que le asesta un piedrazo al gigante Goliat en medio de las cejas. Un mito heroico, una nueva versión de la lucha del bien contra el mal, del pueblo contra el poder, de la debilidad contra la fuerza, de lo nuevo contra lo viejo. Una definitiva refundación: éste fue el carisma original del libertario. Y eso hizo, antes que la economía, que creyeran en él y lo votaran millones de argentinos. El David vernáculo no se valió de una piedra sino de la motosierra y la guillotina. Hacer rodar con ellas la cabeza de la democracia liberal es el sentido último de su leyenda.

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Al análisis político no siempre le resulta fácil saber en qué momento ocurre la transición de una etapa a otra del poder y la sociedad. Desentrañar cuándo lo que era ya no es, sin que signifique necesariamente la decadencia, resulta aún más complejo. Tal vez, reparar en ciertos hechos arroje algún indicio. El Gobierno aguarda con indisimulado nerviosismo un desembolso del FMI, indispensable para sostener su programa económico; las reservas del Banco Central siguen negativas, las acciones y los bonos oscilan al ritmo convulsionado de los mercados mundiales, ya no se destinan pesos al mantenimiento de las rutas, la mayoría de los gobernadores se alinean temiendo perder esquivas partidas presupuestarias, un desastre climático da lugar a un debate entre oficialismo y oposición en torno a los fondos necesarios para la reconstrucción, el ajuste de las erogaciones del Estado genera creciente malestar entre los que se sienten perjudicados. El capital financiero celebra, millones de argentinos padecen escasez de recursos.

¿Cuál es el común denominador de estos sucesos a los que debe sumarse el escándalo de la cripto Libra, porque resulta un ejemplo paradigmático? La observación, acaso obvia, es que no los vincula la pasión sino el dinero. El que unos poseen y otros no, el que disputan distintos sectores en medio de un ajuste severísimo; el que hace falta para llegar a fin de mes, el que el FMI tarda en entregar a unas arcas exhaustas; el que el Gobierno ahorra considerándolo gasto improductivo; el que se escatima a los bienes públicos afectando la calidad de vida de las población; el que las familias preservan mejor, aunque sea poco, porque bajó la inflación; el que humilla a los jubilados, el que se gana o se pierde en instantes en inversiones digitales, el que fluye por los canales de la ilegalidad o la corrupción en tiempos presuntamente refundacionales de la moral pública; en definitiva, el que tantas cosas permite o imposibilita. El “poderoso caballero” de Quevedo, el que convierte lo fiero en hermoso, torna al cobarde en guerrero y quebranta cualquier fuero.

Sobre el dinero se ha dicho todo y se seguirá diciendo. Constituye el nervio del capitalismo, la señal simbólica que posibilita las transacciones. Pero también el que provoca euforia o angustia según sobre o falte, tanto a los individuos como a los gobiernos. De los bancos a las familias, de las empresas a las naciones, todo lo determina y lo abarca. Es el objeto de estudio de la economía, pero también de las ciencias sociales y la psicología. A grandes rasgos, la consideración sociológica del dinero adquirió nuevos significados, desde los clásicos a hoy. Para Marx era una mercancía de equivalencia; para Simmel, la forma más pura de la interacción social. En una perspectiva actual, la socióloga Viviana A. Zelizer discute el argumento de los clásicos: además de abstracto, universal y fungible, sostiene que el dinero se rotula. Familias, empresas, organizaciones, gobiernos, al destinarlo a distintos fines, lo marcan para múltiples usos, en permanente tensión. Por eso existe el dinero de la gente y el de los financistas, o el del Estado y los privados, en dramática discrepancia.

Lo más probable es que, por ahora, Milei mantenga la popularidad. La cuestión es en qué se sustentará ese logro. En términos politológicos: ¿cuál será de aquí en más el fundamento de su legitimidad de ejercicio? Nuestra conjetura es que asistimos a una transición del carisma al dinero, de la creencia en la salvación al mero cálculo de pérdidas y ganancias, de la devoción a la especulación. Decae la leyenda libertaria, crece la sensación de que salvo la relativa estabilidad macroeconómica todo se parece a lo de siempre. Inseguridad, opacidad institucional y enfrentamientos, lo atestiguan.

El rey está desnudo de la epopeya que anunció. Caído el carisma, retorna de los valores morales a la moneda, del salvador al economista. Por eso, controlar la inflación, al costo que fuere, deberá ocupar en adelante el lugar de su mítico y fallido relato inaugural.

*Sociólogo.

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